Xpuch, la comunidad desgranada.
Nakuk escuchaba atento, me decía, “aprende a escuchar”, mientras Lázaro Kan Ek hablaba del Ixi’im. Fue así que entendí, que no hablaba sólo del campo. Hablaba del mundo. Del nuestro. De la metáfora de el Xt'uuch, del bacal con pocos granos de maíz, como ese representa a una comunidad rota. Una familia quebrada. Un pueblo invadido por gusanos, por un tren, nuestro mundo se convierte en esa metáfora que todos oíamos; allí en medio del monte mientras las aves volaban libremente, nosotros soñábamos con algún día tener esa libertad. Nakuk me dijo, quizás algún día cuando mueras, tu óol será tan libre como aquel ave, si aquella que cuida la selva, el Siipkuuts… mientras tanto las palabras de Lázaro Kan se seguían escuchando así como gotas de lluvia al tocar el monte, al tocar las hojas de los árboles, al tocar la piel, al convertirse en viento. Un viento que hablaba en lengua antigua. Que decía sin decir:
“Cuida el maíz. Cuida la palabra. Sé semilla. Sé i’inaj.”
“A veces es la sequía, a veces el huracán,
otras veces los gusanos.
Pero si no fue una cosa, fue otra.
Y si no fue nada de eso, igual algo pasó.
Esas sequías hoy se llaman megaproyectos.
Esos gusanos tienen forma de empresa, de crédito, de promesa de progreso.
Los huracanes ya no vienen del mar,
vienen disfrazados de discurso oficial.
Y no sólo por el viento, ni por la sequía,
sino por los gusanos que se comen las hojas de nuestras vidas:
los megaproyectos disfrazados de ayuda,
los créditos que nos endeudan la esperanza,
los programas que prometen comunidad pero siembran división.”
Lazaro Kan pauso, el silencio lleno nuestras mentes, y así llego este pensamiento:
“Octavio Paz lo dice de otra manera: el mundo comenzó con una risa. Una carcajada cósmica, libre, pueril. Una danza indecente, como la de la diosa Uzumé. Pero esa risa se ha perdido. “El trabajo devora al ser del hombre”, dice Paz, “inmoviliza su rostro, le impide llorar o reír.”
Lazaro Kan, podía leer mis pensamientos, los escucho y volvio a hablar:
“¿Cómo vamos a reír juntos si ya no hay risa en el alma? ¿Cómo vamos a levantar el bacal si ya no sentimos el placer de levantarlo? ¿Qué sentido tiene sembrar si lo hacemos sólo por necesidad y no por comunión?”
De pronto me dice Nakuk, que Lázaro Kan habla de gusanos que devoran el maíz. Pero los gusanos están también en el alma: la codicia, el egoísmo, el desprecio por el que sabe pero no tiene.
Las palabras de Lazaro Kan continuan:
“Nos dicen jodidos por no tener dinero,
pero no saben que el verdadero hambre
es no tener i’inaj.
Es no tener la flor de la casa.
Es haber perdido la semilla que garantiza el mañana.
La milpa es mujer.
El maíz es mujer.
La primera creación es mujer.
Y como toda madre, el maíz nos enseña a cuidar, a guardar, a resistir.
Desgranar una semilla para la siembra
es participar en el mismo acto creador de los dioses.
Eso no lo hace una máquina.
Eso lo hace una comunidad viva.
Y hoy necesitamos volver al i’inaj,
volver al ka’anche’,
volver al jolo’och,
volver a sembrar en comunidad,
volver a ser bacal completo.
Porque no queremos un territorio de puros xt’úuch:
mazorcas solas, desnutridas, silenciosas.
Queremos una tierra de i’inaj:
semillas sabias, espigadas por la luna,
listas para dar vida.
Y eso no se logra con discursos ni promesas de gobierno.
Se logra con palabra verdadera.
Con comunidad viva.
Con resistencia espiritual.
Que la luna siga espigando.
Que la mujer del maíz vuelva a levantar la casa.
Que la flor de la casa no se marchite.
Que el i’inaj vuelva a ser nuestro destino.”
Lázaro Kan se silencio, la noche caia, las estrellas escuchaban, brillaban al ritmo de sus pensamientos de el silencio de su boca…
Mientras tanto, de nuevo Octavio Paz me vino a la mente, y recorde que Paz nos advierte: la palabra placer no figura en el vocabulario del trabajo moderno. Pero nuestras comunidades no se salvarán con máquinas ni con dinero, sino con gozo.
Y la risa, esa risa verdadera, la del primer día, sigue ahí, enterrada entre la tierra y la memoria. Hay que recuperarla. Porque como la buena mazorca, cuando nos reímos juntos, estamos completos, somos un bacal, somos Yuum Iik´ en aquella montaña verde en la cual la eterna primavera sonará al ritmo del tunk’ul de nuestros abuelos más primeros, y todos bailaremos al ritmo de U puksi’ik’al ka’an.
O como diría Mijaíl Bajtín, la risa popular es un acto de regeneración: derriba el miedo, suspende las jerarquías, y permite que el pueblo se mire a sí mismo y vuelva a sembrarse. En la milpa, la risa es ceremonia. Es semilla. Es vínculo. Porque reír juntos, como desgranar juntos, es resistir el olvido. Y solo un pueblo que ríe en colectivo puede seguir cultivando futuro.
Se rompio el silencio, mi mente volvio a callar, y entre todo el mormullo del monte y las estrellas, volvio el viento con las palabras de Lazaro Kan,
“Hoy tal vez somos xt’uuch.
Pero aún estamos a tiempo.
Si llueve la palabra justa.
Si brota la risa sincera.
Si nace el cuidado entre nosotros.
Porque un xt’uuch no sirve para comer ni para sembrar.
Pero si lo miramos con verdad,
quizás aprendamos de su tristeza
cómo volver a ser comunidad.”
De pronto el Siipkuuts canto, y el monte volvio a sonreir….


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